martes, 1 de diciembre de 2009

TRATADO DE RETÓRICA (1978)

Razones del ausente

Si alguien les pregunta por él,
díganle que quizá no vuelva nunca o que si regresa
acaso ya nadie reconozca su rostro;
díganle también que no dejó razones para nadie,
que tenía un mensaje secreto, algo importante que decirles
pero que lo ha olvidado.
Díganle que ahora está cayendo, de otro modo y en otra parte del mundo,
díganle que todavía no es feliz,
si esto hace feliz a alguno de ellos; díganle también que se fue con el corazón vacío y seco
y díganle que eso no importa ni siquiera para la lástima o el perdón
y que ni él mismo sufre por eso,
que ya no cree en nada ni en nadie y mucho menos en él mismo,
que tantas cosas que vio apagaron su mirada y ahora, ciego, necesita del tacto,
díganle que alguna vez tuvo un leve rescoldo de fe en Dios, en un día de sol,
díganle que hubo palabras que le hicieron creer en el amor
y luego supo que el amor dura
lo que dura una palabra.
Díganle que como un globo de aire perforado a tiros,
su alma fue cayendo hasta el infierno que lo vive y que ni siquiera está desesperado
y díganle que a veces piensa que esa calma inexorable es su castigo;
díganle que ignora cuál es su pecado
y que la culpa que lo arrastra por el mundo la considera apenas otro dato del problema
y díganle que en ciertas noches de insomnio y aun en otras en que cree haberlo soñado,
teme que acaso la culpa sea la única parte de sí mismo que le queda
y díganle que en ciertas mañanas llenas de luz
y en medio de tardes de piadosa lujuria y también borracho de vino en noches de lluvia
siente cierta alegría pueril por su inocencia
y díganle que en esas ocasiones dichosas habla a solas.
Díganle que si alguna vez regresa, volverá con dos cerezas en sus ojos
y una planta de moras sembrada en su estómago y una serpiente enroscada en su cuello
y tampoco esperará nada de nadie y se ganará la vida honradamente,
de adivino, leyendo las cartas y celebrando extrañas ceremonias en las que no creerá
y díganle que se llevó consigo algunas supersticiones, tres fetiches,
ciertas complicidades mal entendidas
y el recuerdo de dos o tres rostros que siempre vuelven a él en la oscuridady nada.



De la necesidad de la poesía

Después de más de diez años de indagar las palabras
en una tonta construcción de mi imagen futura,
ocultando mis peores versos,
aquellos donde el crítico menos sagaz
puede descubrir fácilmente mi cursilería,
mi moral maniquea, mi incurable sentimentalismo
y los momentos en que odié con toda mi alma a mis
mejores amigos.
Después de tanto insomnio inútil, falsamente alucinado
Por una frase vacía que yo creía el verso perfecto
para exorcizar la soledad,
cogido en la trampa masoquista de nombrar
las angustias metafísicas que exageraba
deliberadamente,
y en lugar de ir donde las putas escribía un poema.
Después de acumular tanta mentira, ahora confieso
que nunca llamé las cosas por su nombre,
que nunca me atreví a hablar de mi incapacidad para
el amor,
ni del estúpido miedo que tengo de mí mismo,
ni de que no tengo la menor idea de dónde estoy
parado,
de que nunca he sido suficientemente leal con mis
amigos,
de que –a pesar de tanto lloriqueo—no tengo la
menor idea de lo que es un hermano,
de que la apatía se apoderó de mí desde hace tiempo,
de que ya creo que tengo callo en el alma
y de que estoy por creer que estas enfermedades que
la poesía no curo
tampoco son ningún inequívoco signo
de la pretendida lucidez de los poetas.




Los sueños del poeta


A veces sueño despierto cosas como éstas:
el volumen –anotado – de mis cartas, con un prólogo
muy erudito
ejecutado por uno de los especialistas en Darío
Jaramillo,
mi testamento, diciendo que mis papeles inéditos
deberán ser quemados
– es entonces cuando juego a adivinar quién será mi
Max Brod—
también sueño cómo serán las respuestas de los
reportajes que me harán:
serán brillantes y siempre de humor, aunque con
profundidad
aunque sin ofender a nadie, aunque sutiles, aunque
inteligentes
(aunque nunca se me ha ocurrido una respuesta así)
y sueño con los libros que yo escribiré
como esa maravillosa novela que renueva el lenguaje
y que nunca es aburrida y que captura una realidad
latinoamericana que permanecía oculta
entre charreteras y discursos, entre paisajes y
conventos,
esa novela que escribiré y que arrancará el aplauso
de García Márquez y de Cortázar; esa novela
que, sin cortar mis bellísimos poemas, dará lugar a
reportajes
con respuestas brillantes, humorísticas, profundas,
sutiles, inteligentes
y sueño con las hermosas mujeres con que me acostaré
desde aun antes de ser tan famoso
–aunque siempre el mismo tipo sencillo a quien la
fama no lo ha afectado—
y sueño con la hermosa pequeña casa semirrural que
tendré,
a pesar de que, obviamente, siempre voy a conservar
una valientísima actitud política
dispuesta a denunciar los atropellos del régimen;
y a veces sueño con los viajes que voy a hacer y con
los días
en que conoceré a otras celebridades como yo.
A veces sueño un montón de cosas de éstas,
pero todavía no se me ha ocurrido la primera línea
del primero de mis famosos libros.



El oficio

La poesía, es batalla de palabras cansadas; nombres
de cosas que el ruido escamotea;
llegan los fieles a reconocer el signo, heráldica donde
cada rito tiene su lugar;
allá la cornucopia, la ara, el gerifalte, aquí muy cerca
una noche y una estrella:
amplia red de sonidos que ocultan este corazón
aterido y amargo, un gajo de uvas verdes,
el silencio irrepetible de una calle de mi infancia.
La poesía: este consuelo de bobos sin amor ni
esperanza,
borrachos por el ruido del verbo, aturdidos por cosas
que significan otras cosas,
sonidos de sonidos.
Prefiero mirar tus cartas que leerlas; de súbito dibujas
un beso;
la poesía: esta langosta, esta alharaca, esta otra cosa
que no es ella,
la risa de Alejandra, el esplendor de tantos sueños
silenciosos,
una forma callada.

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