martes, 1 de diciembre de 2009

EL PAÍS DEL VIENTO (1992)

Lucila Godoy

Ven y dale otra vez tu calor a mis labios
antes que sean cenizas,
y contempla conmigo la bóveda del cielo
antes de que se arruinen sus cadastros,
y miremos la luna blanca y perfecta
que un día yacerá en pedazos sobre la llanura,
y miremos el sol antes de que se desangre
en el atormentado crepúsculo del mundo.
Ven y acaricia mi cabeza
donde se habrán de destejer los abismos,
llena con tu hermosura mis pupilas
que verán disgregarse los Palacios,
toma en las tuyas tibias mis manos blancas
que un día no hallarán asidero en lo inmenso,
pon tu cabeza en mi pecho, oye cantar a mi corazón
que un día en su quietud matará a las estrellas.
Oye otra vez mi voz en el viento,
aún puedo nombrar los limones y el vino
qu eal final se unirán en su amargura,
ven y contemos todavía los hilos de la luz de
septiembre
antes de que los corte la tijera de octubre.
Hay un gran espectáculo en el cielo: una nube,
gózala junto a mí antes que arrecie el viento.
Acércate y desnúdame de estos pesados mantos
abtes que el tiempo me desnude a mi,
toca mi arcilla estremecida
antes que sea tristeza en el tiempo.
Mis senos tiemblan para ti, cruel amigo,
y no los cubres con tus manos ardientes.
Ven y cierra los ojos junto a mí, siente el bosque
lleno de mi perfume,
antes que este esplendor sea despojo.

Qué triste es ver que es inútil la luna,
ese ciego cristal resplandeciente,
que por el bosque huyen las voces recias de los
cazadores
y no hay quien tome a la agitada liebre,
qué triste las ciudades llenas de tristes rostros,
porque el único rostros fue al destierro.

En tu exilio de huesos, en tu exilio de sombras,
en tu pecho de hierba, en tu silencio,
compadece a esta pájara cautiva en la tremenda jaula
del mundo,
entre el mar y la estrella,
amigo mío diluido en la muerte, mientras yo miro como abeja enferma
la rosa inhabitable.



En una tienda Dakota

La enorme luna blanca está tan cerca del horizonte
que las hierbas se inclinan,
y el bisonte se duerme en un incendio frío bajo los
invertidos desiertos, y el grito del amor podria quebrar este cristal y
esparcir sobre el mundo
informes monumentos de jade blanco y grandes
rocas de color de las perlas.

La tibiala joven la firme doncella se interna en el
país de la sangre fértil,
yo soy el bendecido por la miel de sus brazos en la
penumbra,
y una sección rasgada en la piel de la tienda deja ver
la maciza blancura,
el fulgor que sostiene en el cielo la continuidad de
este sueño.

Abrázame que viene las grandes paredes de hielo,
bésame para que una sombra de labios me salve en la
sequía,
ámame para que mañana una antorcha disperse a los
lobos,
canta o reza en mi oído después del amor para que
en la luna no se sequen los ríos.



El mongol
Nunca supimos cuándo la desesperante blancura se había convertido en otro imperio.
El idioma del lobo era el mismo, y no le repugnó nuestra carne;
Pero todo hombre sabe que a través de cada nuevo pinar es Otro el que envía sus rayos.
Que son las angustias de la tierra las que determinan los nombres del cielo.
¿Descubridor de un mundo? Un fugitivo perseguido por las uñas del viento,
amoratado por el odio del sol, escribiendo blancas palabras en el aire translúcido,
luchando sólo por evitar que la blanda tierra bajo mis pies se enardeciera en tumba.
Muerte es el nombre azul del amanecer, allá donde los días flotan con muros de cuarzo,
muerte es el nombre de los dientes amarillos del lobo,
muerte es el nombre de la luna salpicada de escarcha y de sangre
cuando el guerrero cae a medianoche sobre la sorda estepa.

Hasta el amor cerca del fuego tenía un olor de frescas entrañas de morsa,
y el niño recién nacido bajo el cielo de pieles tenía olor de pez,
y en la tarde teñida de salmones veíamos aparecer los miles de ojos de coyotes del cielo.

Oh noche en que los demonios aún no tienen nombre,
oh estanques de labios de hielo donde se refleja un gris sin pájaros,
oh la punta dentada del arpón codiciando la carne de los rojos planetas.

Allí donde el día está amurallado de hielo,
allí donde el ansia de amor no es más que frío en los labios,
allí donde las nubes de pelaje de oso se sumergen en la tiniebla,
estuvo un día mi corazón anudando los vientos,
estuvo mi carne sosteniendo las enormes montañas.

Los viejos están llorando junto a los grandes lagos azules,
los niños pintan de rojo tibio los vegetales cuernos del alce
y la luna es un pez inmóvil que acaba de morir en el cielo,
y los delgados aullidos remotos llegan a través de la crepitación de la hoguera,
y ese largo camino blanco que nunca más desandaremos
tiene el color de los colmillos que no se han manchado en tres días.

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